15 de febrero de 2011

Esplendente Lucero

I
Con mi espíritu colmado de gozo e inmerso ya en la atmósfera venusina, me apresto a disfrutar la época Navideña, íntegramente agradecido con la Estrella que conduce mi destino.
Además del significado de esta  particular temporada - intrascendente para algunos, flébil para otros - motivos especiales atesoro para ir a su encuentro y ceñirme a ella: festejo que el Universo, caprichoso y autoritario, haya atravesado una luminosa fantasía en la senda de mi zigzagueante realidad, después de haberme arrebatado, de idéntica manera, una de las máximas fuentes de mi inspiración.
II
Ocurrió una inolvidable mañana de setiembre cuando el sol, ignorado durante varios días  debido a un insistente temporal propio de la época lluviosa, decidió enviar imponente todos sus destellos sobre el contorno de la ciudad. Todavía me pregunto si este drástico cambio meteorológico fue casual o  si constituyó un evento premonitorio.
III
Despacio, cabizbaja, caminando de la mano de sus ideales,  la advertí cuando ascendía la pronunciada cuesta que lleva a su hogar. Lucía fatigada por el tenaz ejercicio físico que minutos antes había realizado. Fatigada mas plena. Rendida aunque ufana. 
IV
Mi adiós vacilante fue suficiente para que me mirara y, radiante de nobleza y simpatía, ahora erguida en su trayecto, alzara la diestra con prontitud para corresponder a mi saludo con una espontánea sonrisa; una providencial sonrisa que aún permanece esculpida como impronta en mi retina, y que retengo con celo como preciada joya.
V
Irreflexivo, clavé la mirada en el retrovisor y observé como la esbelta silueta se hacía cada vez más pequeña hasta desdibujarse por completo. No sentí sino una inmensa rabia al ver que ya no estaba al alcance de mi vista, pero simultáneamente el entusiasmo colmaba mi espíritu.
Producto de tal dualidad, por unos instantes se me habría escapado el alma quedando enredada en mi desvarío, aunque pronto se asentaría nuevamente en mi ser.
VI
Intenté retroceder, pero entendí que no era el mejor momento. Alcé la vista al claro horizonte y comprendí con la misma claridad, que pronto una fuerza de atracción desconocida, la colocaría nuevamente en mi vida. No me equivoqué…
Luego mi cuerpo, sofocado también por el reciente ejercicio, experimentó una extraña sensación.
Medianamente seguí conduciendo con una reservada sonrisa en mi semblante, todavía pendiente del espontáneo saludo que me había brindado aquella grácil mujercita amante del atletismo.
VII
¡Ah!... Recuerdo cuando días antes, aún  sin conocerla, subrepticio la había visto pasar a mi lado luciendo una ajustada licra que resaltaba más su recio cuerpo. Buscaba ávida la caminadora eléctrica para continuar con su matinal rutina.
Entonces entera,  inmersa en su mundo, una franca sonrisa diríase involuntaria, se esbozó en sus incitantes labios. Por lo angelical del gesto, especulo que debió recordar algún episodio gracioso de su vida, o quizá alguna reciente travesura. Luego otro candoroso ademán; otro gesto cautivador capaz de desvelar al indiferente.
Yo… íntegro. Absorto ante aquella estilizada figura, que se desplazaba ágil por todo el recinto.
VIII
Efectivamente mi Ente Rector me gratificó una vez más trayéndome un mundo para soñar. Pocos días después, luego de su habitual ejercicio, la hallé subiendo otra vez la empinada cuesta con su inconfundible paso inspirador.

¡Oh… ahí va!
 Sí. Es ella.
Me dije luminoso…

Entonces con mis arterias ensanchadas más de lo normal, no pude esperar más  y le ofrecí encaminarla  a su casa, a lo cual accedió sonriente y sin reparos. Le abrí la puerta, se sentó a mi lado y me saludó complacida. Yo ajusté mi postura, le correspondí airoso y luego giré a la derecha, rumbo a su hogar.

IX
Una linda amistad empezaba a brillar, como también brillara aquella inolvidable mañana, el esplendente lucero probablemente en su afán por pregonar el  acercamiento paulatino de dos almas…
X
Al tenerla próxima mientras me cuenta su vida y su pasado; sus proyectos y las bondades de su princesa como llama cariñosamente a su hijita, hago un esfuerzo supremo para no desviar mi atención, pues mis ojos recorren despacio… bastante despacio, pausados… toda su embriagadora sombra.
XI
No le pierdo el más ínfimo detalle: el arrebatador hoyuelo en su mejilla derecha que muestra aún sin pronunciar palabra alguna; sus delicados pero convincentes ademanes cuando me expresa su sentir; un brillo de optimismo que exhiben sus ojos glaucos cuando me mira; el movimiento pausado de sus rubescentes labios; la melodiosa vocecita acompasada que inunda todo mi ser.
¡Oh¡ Cuántos detalles reunidos en ti,  hermosa mujer...
Y  mis aturdidos sentidos, exiguos para captar la totalidad.
XII
Luego voy determinando la certeza de lo que su espíritu anhela; la previsión y el fortalecimiento de su futuro mediato; las ilusiones marcadas en su alma próximas a concretar…
Reconozco entonces en ella, la disciplina  inquebrantable de la sugerente atleta que años atrás, dejara su alma en el asfalto; su denuedo por superar el pasado que la ha acompañado; veo en su rostro el reflejo de la mujer visionaria que desea llegar al vértice de la sinuosa cima, de la mano de su amada hija; contemplo a la madre sobria y abnegada que sabe acoger los avatares que la acompañan. 
XII
¡Oh!… seductora compañía:
¡Cuánta quietud eres capaz de transmitir!
¡Cuánta ilusión atesora tu espíritu!

XIV

¿Acaso se trata
de una dulce fuerza
que viene a desvanecer
un pasado espinoso?

XV
¿O una Divinidad
que  ansía reivindicar
y encender un
frágil espíritu?

XVI

Oh plenitud de plenitudes:
Gracias por este
onírico Astro.
Ayudadme a resguardarlo.
En su cuido,
auxiliadme…

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