15 de febrero de 2011

El Rincón de Luisa

Recuerdo a la señorita
Luisa Barquero,
solícita septuagenaria
que ayudaba a  mi Madre
en labores domésticas,
tomándose su imperioso
cafecito de la tres.

Arrugadita y bien recogida,
con la mirada perdida
en la pared,
silente saboreaba
la azucarada bizcotela
en un rinconcito
de aquella vieja cocina,
sentada sobre el
apolillado banco de madera.
Satisfecha, luego de la bebida,
su rostro parecía tomar nuevo vigor
para reiniciar la tarea.
* * *
Con esa impronta
en mi retina,
recientemente
tuve la ocurrencia
de bautizar una esquina
de mi apartamento
con un nombre conmemorativo:

“El Rincón de Luisa”.

Quise adornarlo con un par
de velas aromáticas,
un minúsculo menú
y música suave de fondo,
para degustar
mi café de las tardes,
ajeno a toda preocupación.
Mas,
a raíz de una inocentada,
mis amistades se enteraron
y ahora pujan por conocer:
“El Rincón de Luisa”.
Empero,
tengo un contratiempo:
hay espacio sólo
para un comensal.
¿Qué hacer?..
¿Ampliar
el acogedor rinconcito?
Imposible.
Los planos no lo permiten.
¿Trasladarlo a otro aposento
más espacioso?
No. Perdería
todo la magia
y el encanto que exhibe.
por sí mismo.
¿Sacrificar la esquinita
de los tragos?
¡Oh no!
¡Vaya  disparate!
 ¿Hacerme el desentendido?
Ah…
Es demasiada la insistencia.
¡Y por qué no
exponerles la situación
e invitarlas de una en una,
aunque yo permanezca de pie
con mi cafecito en la mano!

r.c.
2010.

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