15 de junio de 2013


El campesino. a don Esaú.

I                                   
Esa misteriosa noche llovía torrencialmente; los relámpagos iluminaban el desabrigado ambiente y proyectaban enigmáticas sombras gigantescas a varios metros a la redonda. Luego una oscuridad total, sólo interrumpida a intervalos por la luz azulada que despedían los cocuyos con su desordenado vuelo.

Los ensordecedores truenos retumbaban en todo el cielo, y parecía que se alejaban y luego volvían con más fuerza, pero eso no inmutaba al arriesgado campesino en su afán por saciar la curiosidad que lo invadía. Sin duda alguna, ese singular escenario quedaría grabado para siempre en su memoria.

Con el sombrero más pesado que de costumbre por el agua y cuchillo en mano, se dirigía pausado hacia aquella rara cosa blanca que se movía , y que parecía cobrar vida cada vez que un rayo iluminaba el potrero en toda su extensión. No podía dejar de mirar a ambos lados; hacia atrás, al frente, a ambos lados...

Por unos instantes revivieron en su mente algunas imágenes de su infancia, cuando la familia se reunía al anochecer en torno al acogedor fogón de la sencilla choza, para especular sobre todo tipo de leyendas campesinas, y con ello terminar la faena cotidiana.
ii
Vivía en una casita rústica, enclavada en el monte; allá, donde en horas de la mañana, a veces era imposible distinguir la exuberante vegetación debido al espesor de la niebla; allá donde el tiempo simplemente pasaba sin detenerse y no se disponía de lapso para lamentos; allá donde el ocaso le indicaba a los trabajadores que el día había terminado y que ya era hora de descansar; allá donde el fresco verdor del campo y la precoz oscuridad de la tarde fría, invitaba a los agricultores a pasar muchas noches buenas.

Trabajaba en su acogedora finquita la cual cuidaba con mucho ahínco, para la manutención de su adorada familia. Era el prototipo del labriego bondadoso; bondadoso pero enérgico; fuerte como un roble de sabana; tan dadivoso como la montaña fecunda que lo vio crecer. Ahí dejó una parte de su gallardía; el resto debió guardarla; quizá tuvo premoniciones de lo que le depararía la vida futura.

En ese paradisíaco lugar, parecía que los frondosos árboles competían entre si para ofrendarle los mejores frutos al abnegado agricultor, como retribución a las atenciones que él les brindaba.

Como un regalo de la naturaleza, en los días húmedos las gotas de agua quedaban atrapadas sobre las tejas de barro cocido que cubrían el techo de la humilde casa, formando miles de diminutos arco iris que le daban al tejado, un alucinante aspecto iridiscente, visible a la distancia.

iii
En ciertas ocasiones cuando me alejo del bullicio de la ciudad y percibo el lozano aroma de un potrero, me parece ver la silueta airosa de aquel gran hombre por los senderos del recordado cafetal, conduciendo con soltura sus arrogantes bueyes y la carreta colmada de leña para los menesteres domésticos.

iv
Sin detenerse, aquella fría noche el corajudo hombre se acercaba decidido cada vez más al inexplicable objeto blanco. “Necesito saber qué es” decía para si.

Faltaban unos metros para despejar la incógnita, cuando de pronto la extraña cosa hizo un brusco giro, levantó la cabeza, movió el gran rabo  y sus grandes ojos negros, confundidos con la oscuridad reinante, los clavó en el rostro del sorprendido campesino. Entonces el gigante maisol bayo, que tenía una gran mancha blanca en el costado derecho, se levantó sobresaltado y se fue a escampar a otro lado. ¡Ah eras tú condenado! ¡Qué susto me diste!...

Ya estaba satisfecho. “¡Ah, cuál segua! ¡Ah, cuál llorona!”, y una sonrisa de satisfacción apareció en su mojado rostro. Otra vez retornaron a su mente los recuerdos de aquel acogedor fogón.
Y después de una pausa, emprendió cabizbajo el regreso a la vivienda.

 v
La tenue luz de una gran vela que parpadeaba como si estuviera agonizando, le servía de guía. Allá lo esperaba una reconfortante sopa, elaborada con las verduras y legumbres que él mismo había cultivado con sus valerosas manos.

De pronto se detuvo, alzó la mirada y observó la casita. Su expresión cambió y el espíritu se le llenó de gozo, al escuchar las notas musicales de una desafinada marimba, tocada por cuatro entusiastas chiquillos.
A la distancia, la campana de la Ermita marcó las ocho de la noche...

vi
“Hijito: nunca te quedes con la duda. Sé valiente; ve y averigua”, me dijo luego de relatarme esta insólita experiencia que le sucedió años atrás en su apreciada finca.

Para Ti inolvidable Padre y Maestro,
en el Día del Padre.
r. c. 2013

3 de junio de 2012

Juramento

A J.R.G.

I
Amada Musa.


Desde la soledad de mi alcoba, rodeado de deidades olímpicas y  sobre un concierto heterogéneo de criaturas que se aprestan a cohabitar, te escrito estas notas desbordante mi corazón de plenitud, empero vacilante de esta ilusoria realidad.

Forzoso, debo hacer reiteradas pausas... Quiero permanecer sereno, mas mi alma da sobresaltos. Duda. Teme. En sus arcanos, cree que esto es un romance metafísico; una paradisíaca forma de alucinación; un amor desfasado.

Por ello, como paliativo se ve en la imperiosa necesidad de cumplir con el mandato del amor. Así sería más disimulado justificar tu estado primaveral, y salvar mi condición otoñal.

II

En mi mente repaso ávido el contrato que recién  tú y yo suscribiéramos de manera consensuada, sin opulentas ceremonias, sin levantar nuestras diestras, y con total ausencia de refinados invitados y finas copas de cristal.

Ah… Tampoco fue necesario desembolsar honorarios para que un tercero avalara nuestro compromiso. Verbal fue nuestro ideal, más resistente quizá a las tendencias modernas que un obligatorio oficio estampado con nuestras rúbricas; un insignificante papel vacío que irremediablemente tornase  caduco con el paso del tiempo.

Solo tu palabra y la mía…Y nuestro acuerdo troquelado  con caracteres indelebles.  ¿Para qué más? Así fue nuestro solemne juramento de amor.

III
Cuán placentero resulta que hayamos decidido cruzar la vastedad oceánica, tú y yo, forjando cadenas con nuestros brazos; fuertemente entrelazadas las manos; asidos a un único cayado;  cada uno leyendo los pensamientos del otro… ¿Habría otra manera de llegar juntos a la ribera propuesta?

IV

¡Oh!… amada mujer: Que ninguno se adelante; que ninguno exceda sus pasos; que ni tú ni yo jamás emulemos  a la mujer de Lot. Lo sabes: tu pasado coincide con el mío.

Te ruego que sincronicemos escrupulosos todos nuestros movimientos y proyectemos nuestra mirada al punto remoto. Allá donde el Sol, después de su caluro paso, cae rendido para renacer mañana con nuevos bríos, irradiando todas sus líneas luminosas sobre nuestro entendimiento. ¿Cuál obstáculo le impedirá continuar su  órbita? ¿Cuál obstáculo nos detendrá, motivante señora?..

IV

Anhelo mío. Atrás queda la hierba seca y maltrecha; flores mustias e irreparables soportes quebrados… ¡Oh! Aves mutiladas que perdieron su tibio canto. Aún persisten esporádicos y detestables ecos que afortunadamente van perdiendo fuerza. Observa como el área que abandonamos, exhibe contornos agrietados de un lamentable pasado que recién empieza a convalecer. 
V
¡Oh!.. Cuánto júbilo. Desde acá visualizo en el otro borde, el verdor de la pradera; flores multicolores en constante agitación acudiendo a nuestro llamado; aves con flautas canoras que elevan su trino; un terreno firme donde cimentar esta ilusión.

¡Mira mujer!.. A lo lejos, coros arpegiados emergen de las entrañas del río regocijados por nuestro andar. Más allá se materializan escrupulosas lianas que quieren deshilachar el cielo para que tú y yo crucemos por aquella algodonosa nube púrpura.
VI
Atentos a cualquier esquirla cortante. Vigilemos el detalle insignificante. Caminamos paso a paso…

Recuerda: Al unísono… Tú y Yo. Por la vereda…Juntos.

¡Ah… y no te preocupes. Dejaré intacto el mensaje que arrastran tus ojos de tu pasado, como tú lo has hecho con el mío. Eso sí, te propongo que disolvamos cada uno nuestro yo y seamos una sola entidad.

r.c.
New York, noviembre del 2011.

15 de febrero de 2011

El Rincón de Luisa

Recuerdo a la señorita
Luisa Barquero,
solícita septuagenaria
que ayudaba a  mi Madre
en labores domésticas,
tomándose su imperioso
cafecito de la tres.

Arrugadita y bien recogida,
con la mirada perdida
en la pared,
silente saboreaba
la azucarada bizcotela
en un rinconcito
de aquella vieja cocina,
sentada sobre el
apolillado banco de madera.
Satisfecha, luego de la bebida,
su rostro parecía tomar nuevo vigor
para reiniciar la tarea.
* * *
Con esa impronta
en mi retina,
recientemente
tuve la ocurrencia
de bautizar una esquina
de mi apartamento
con un nombre conmemorativo:

“El Rincón de Luisa”.

Quise adornarlo con un par
de velas aromáticas,
un minúsculo menú
y música suave de fondo,
para degustar
mi café de las tardes,
ajeno a toda preocupación.
Mas,
a raíz de una inocentada,
mis amistades se enteraron
y ahora pujan por conocer:
“El Rincón de Luisa”.
Empero,
tengo un contratiempo:
hay espacio sólo
para un comensal.
¿Qué hacer?..
¿Ampliar
el acogedor rinconcito?
Imposible.
Los planos no lo permiten.
¿Trasladarlo a otro aposento
más espacioso?
No. Perdería
todo la magia
y el encanto que exhibe.
por sí mismo.
¿Sacrificar la esquinita
de los tragos?
¡Oh no!
¡Vaya  disparate!
 ¿Hacerme el desentendido?
Ah…
Es demasiada la insistencia.
¡Y por qué no
exponerles la situación
e invitarlas de una en una,
aunque yo permanezca de pie
con mi cafecito en la mano!

r.c.
2010.

Esplendente Lucero

I
Con mi espíritu colmado de gozo e inmerso ya en la atmósfera venusina, me apresto a disfrutar la época Navideña, íntegramente agradecido con la Estrella que conduce mi destino.
Además del significado de esta  particular temporada - intrascendente para algunos, flébil para otros - motivos especiales atesoro para ir a su encuentro y ceñirme a ella: festejo que el Universo, caprichoso y autoritario, haya atravesado una luminosa fantasía en la senda de mi zigzagueante realidad, después de haberme arrebatado, de idéntica manera, una de las máximas fuentes de mi inspiración.
II
Ocurrió una inolvidable mañana de setiembre cuando el sol, ignorado durante varios días  debido a un insistente temporal propio de la época lluviosa, decidió enviar imponente todos sus destellos sobre el contorno de la ciudad. Todavía me pregunto si este drástico cambio meteorológico fue casual o  si constituyó un evento premonitorio.
III
Despacio, cabizbaja, caminando de la mano de sus ideales,  la advertí cuando ascendía la pronunciada cuesta que lleva a su hogar. Lucía fatigada por el tenaz ejercicio físico que minutos antes había realizado. Fatigada mas plena. Rendida aunque ufana. 
IV
Mi adiós vacilante fue suficiente para que me mirara y, radiante de nobleza y simpatía, ahora erguida en su trayecto, alzara la diestra con prontitud para corresponder a mi saludo con una espontánea sonrisa; una providencial sonrisa que aún permanece esculpida como impronta en mi retina, y que retengo con celo como preciada joya.
V
Irreflexivo, clavé la mirada en el retrovisor y observé como la esbelta silueta se hacía cada vez más pequeña hasta desdibujarse por completo. No sentí sino una inmensa rabia al ver que ya no estaba al alcance de mi vista, pero simultáneamente el entusiasmo colmaba mi espíritu.
Producto de tal dualidad, por unos instantes se me habría escapado el alma quedando enredada en mi desvarío, aunque pronto se asentaría nuevamente en mi ser.
VI
Intenté retroceder, pero entendí que no era el mejor momento. Alcé la vista al claro horizonte y comprendí con la misma claridad, que pronto una fuerza de atracción desconocida, la colocaría nuevamente en mi vida. No me equivoqué…
Luego mi cuerpo, sofocado también por el reciente ejercicio, experimentó una extraña sensación.
Medianamente seguí conduciendo con una reservada sonrisa en mi semblante, todavía pendiente del espontáneo saludo que me había brindado aquella grácil mujercita amante del atletismo.
VII
¡Ah!... Recuerdo cuando días antes, aún  sin conocerla, subrepticio la había visto pasar a mi lado luciendo una ajustada licra que resaltaba más su recio cuerpo. Buscaba ávida la caminadora eléctrica para continuar con su matinal rutina.
Entonces entera,  inmersa en su mundo, una franca sonrisa diríase involuntaria, se esbozó en sus incitantes labios. Por lo angelical del gesto, especulo que debió recordar algún episodio gracioso de su vida, o quizá alguna reciente travesura. Luego otro candoroso ademán; otro gesto cautivador capaz de desvelar al indiferente.
Yo… íntegro. Absorto ante aquella estilizada figura, que se desplazaba ágil por todo el recinto.
VIII
Efectivamente mi Ente Rector me gratificó una vez más trayéndome un mundo para soñar. Pocos días después, luego de su habitual ejercicio, la hallé subiendo otra vez la empinada cuesta con su inconfundible paso inspirador.

¡Oh… ahí va!
 Sí. Es ella.
Me dije luminoso…

Entonces con mis arterias ensanchadas más de lo normal, no pude esperar más  y le ofrecí encaminarla  a su casa, a lo cual accedió sonriente y sin reparos. Le abrí la puerta, se sentó a mi lado y me saludó complacida. Yo ajusté mi postura, le correspondí airoso y luego giré a la derecha, rumbo a su hogar.

IX
Una linda amistad empezaba a brillar, como también brillara aquella inolvidable mañana, el esplendente lucero probablemente en su afán por pregonar el  acercamiento paulatino de dos almas…
X
Al tenerla próxima mientras me cuenta su vida y su pasado; sus proyectos y las bondades de su princesa como llama cariñosamente a su hijita, hago un esfuerzo supremo para no desviar mi atención, pues mis ojos recorren despacio… bastante despacio, pausados… toda su embriagadora sombra.
XI
No le pierdo el más ínfimo detalle: el arrebatador hoyuelo en su mejilla derecha que muestra aún sin pronunciar palabra alguna; sus delicados pero convincentes ademanes cuando me expresa su sentir; un brillo de optimismo que exhiben sus ojos glaucos cuando me mira; el movimiento pausado de sus rubescentes labios; la melodiosa vocecita acompasada que inunda todo mi ser.
¡Oh¡ Cuántos detalles reunidos en ti,  hermosa mujer...
Y  mis aturdidos sentidos, exiguos para captar la totalidad.
XII
Luego voy determinando la certeza de lo que su espíritu anhela; la previsión y el fortalecimiento de su futuro mediato; las ilusiones marcadas en su alma próximas a concretar…
Reconozco entonces en ella, la disciplina  inquebrantable de la sugerente atleta que años atrás, dejara su alma en el asfalto; su denuedo por superar el pasado que la ha acompañado; veo en su rostro el reflejo de la mujer visionaria que desea llegar al vértice de la sinuosa cima, de la mano de su amada hija; contemplo a la madre sobria y abnegada que sabe acoger los avatares que la acompañan. 
XII
¡Oh!… seductora compañía:
¡Cuánta quietud eres capaz de transmitir!
¡Cuánta ilusión atesora tu espíritu!

XIV

¿Acaso se trata
de una dulce fuerza
que viene a desvanecer
un pasado espinoso?

XV
¿O una Divinidad
que  ansía reivindicar
y encender un
frágil espíritu?

XVI

Oh plenitud de plenitudes:
Gracias por este
onírico Astro.
Ayudadme a resguardarlo.
En su cuido,
auxiliadme…

10 de agosto de 2010

Al caer la lluvia

Al caer la lluvia,
indefectible la visualizo
aquella lejana tarde gris
con su sonrisa de Virgen,
tomada de mi mano
y sujetándose la corona
sobre su cabecita,
para sortear
los reflexivos charcos.

Su largo vestido
de novia de organdí,
orlado con perlas,
y sus delicados
zapatitos de cristal,
la hacían confundible con
los querubines.

Entonces pienso en ella
y mi alma,
ya se sumerge
en un ponto de lágrimas.

Miro para ambos lados,
tiendo mis manos,
pero es vana
mi intención:
ya no está conmigo.

Se ha ido,
si bien me dejó
la fragancia de su alma.

¿Dónde está?
¿Cuál Mundo
alardea de su presencia?

***
Oh enigmático Firmamento…
¡Sí…así eres!

¿Mas, cómo comprenderte?
¿Cómo explicar tanta aflicción?

18 de marzo de 2010

Renacer

Abstraído, hálito inaudible,
silenciosas noches decembrinas
permanece en sus memorias.

Un intento más por aferrarse
a la escarpada pared
y salir de la tenebrosa sima.

Semeja un eremita,
sólo asistido por la voz del recuerdo
presto a hilvanar elegías,
y acaso paliar el vestigial aroma
que aún perdura
en la alcoba de su alma.

Doliente recuerda,
- para él victoriosos -
aquellos veinte combates,
- vilmente olvidados por otros -
consolidando la morada
donde permanecer con los suyos …
¡Nunca se preguntó hasta cuándo!
Estaba seguro:”hasta la muerte”.
Obviaba mantener en la cúspide
sus nobles ilusiones
en aquel manejable oleaje.

Mas todo naufragó.
Absolutamente todo.
Apareció la vorágine,
tentacular,
que devastó toda raigambre.

Un nuevo escenario:

almas agrietadas,
frondas calcinadas,
quebrados juramentos,
caricias transmutadas en…
injurias.

La Tierra entera lloró
al ver criaturas
dispersas por la infamia.

Lloró la Tierra entera.

* * * * *
Ah…
Ahora…
después de prometedores plenilunios,
remozado abraza la otra rivera
y fervoroso, la mira,
la besa, la estrecha.

Sepultada quedó
la aureola de espinas
que atravesaba su ideal.

Mas se mantiene íntegra,
íntegra en su mundo,
la insensible roca que aún
proyecta sus cantos aguzados
en derredor;
aún expulsa migajas tóxicas
disfrazadas de bondad
que como dardos venenosos,
se clava en el corazón de los nobles.


Ah…
Ahora…

El presunto convicto, reivindicado,
regresa del patíbulo
con espíritu vivificante.
De pronto el Universo, irreflexivo,
le ha forzado a tropezar
con la Hénide que ha imaginado,
y ahora se sabe atrapado
en la urdimbre de su genio.

Vesánico, añora adherirse
a su centelleante umbral
y confundirse con sus ojos miel;
besar insistente
la cadenita de plata colgante
en su cuello de nácar;
tentar uno a uno,
los agraciados lunares
que orlan
todo su cuerpo.

Exultante, desea
notificarlo a las Helicónides,
a los Cuerpos Errantes,
a la Silueta Semidesnuda
que emerge de la espuma del mar;
llegar hasta las insondables
criaturas marinas
y contarles su gozo.

Su nueva estrella,
acunada en otro lecho.
anhela entonar loas al Mundo.

Ah…
Poeta quisiera ser
por unos instantes.

Por una eternidad,
sentirse poeta…

r.c.
14 de Febrero – 2010

Cancion de Cuna.

A Kattia, fuente de inspiración.
I
Rinde el cansancio a esta bella damita,
quiere soñar con su custodio angelito,
ábranle camino porque ya dormita
vacilante va a su cuna de granito.

II
Renuente no quiere abandonar su moisés
da vuelta y se arropa para no madrugar
el fuerte sol le pega una y otra vez
¡Levántate¡ Tienes que ir a trabajar.

III
De día imita a la hormiguita afanada,
prepara alegre sus pulcros instrumentos;
del salón la clientela sale encantada
por la transmutación en pocos momentos.

IV
De la naturaleza es fiel amante
le gustan las plantas y las mariposas,
todos los días está de buen talante
observando esas criaturas ostentosas.

V
Al ocaso, sus ojos miel encandilan;
sus labios carmíneos invitan al beso
diríase que muchos clientes titilan
porque ella es una dama con embeleso.

VI
Vence el cansancio a esta linda señora,
quiere dormir con su custodio angelito,
satisfecha está y muy contenta ahora
pues un gran sueño será su regalito.

r.c.

8 de diciembre de 2009

Alucinaciones.

Vivo una continua vorágine con una diminuta estrellita luminiscente que ocupa lugar estratégico en mi estudio. A prima noche, como paliativo en momentos de insoslayable ansiedad espiritual, clavo los ojos en ella y de inmediato, como si captase mi presencia, da en emitir tenues haces de luces iridiscentes que llegan a lo más recóndito de mi ser, iluminándome la lobreguez del alma. A duras penas retorno a mis escritos, empero subrepticio la observo instintivamente y una fuerza indescriptible me paraliza los sentidos. Aturdido advierto como mi cuerpo es nimbado completamente hasta rendirme al vaivén de los finos rayos esplendentes
Estando en ese trance, comienza a materializarse la grácil silueta que esconde una fresca sonrisa hechizante; figurita estilizada cubierta apenas en fino encaje de muselina; la misma que aquella indeleble tarde gris con mis entrañas hundidas, colocó sin proponérselo una pluma en mis temblorosas manos.

Ajeno a la rotación de los luceros, ante singular experiencia persevero con denuedo por precisar la difusa imagen. Cuando pareciera que está a punto de mostrarse !oh!, nuevamente se torna ambigua, acaso como respuesta a la obsesión de estrangularla dentro de mi acelerado corazón.

Es cotidiana esta alegoría, mas pareciera que no está dispuesta a complacer mis extravagantes caprichos. Entonces la tristeza por no poder puntualizarla, y el gozo de disfrutar esta inusitada disposición, inundan una y otra vez mi vacilante sensibilidad.

Sorpresiva, una voz etérea me desvela:
“Insensato… ¿Tú ases la sombra del frondoso árbol en el agua cristalina? ¿Tientas tus contornos en el plúmbeo espejo?
¿Atrapas la luz estelar en sellado cofre?”

“Antes investidle de fragancias con tu pensamiento.
Levantadle elegías…
Basto: es inasible la brisa…”

Luego de una pausa, con la mente en extrema lasitud, demando:
¿Qué conjuro imanador ordenóme aceptar la pluma de mi inalcanzable hénide?

¿Acaso para mantener una ilusión clandestina que hinca mis intenciones?

9 de julio de 2009

Angustia crepuscular

I.
Onírico, fatigoso,
lejos de todo,
como en otra existencia,
soy rodeado de
siluetas amenazantes,
entelequias volátiles,
sombras desvaídas.

¡Eco de cotidianas fijaciones!

II.
Extrañamente sentenciado,
debo paralizar los sentidos.
¿Cuáles sacrificar?
¿Cuál llevarme adherido
a la oscuridad absoluta
de mi gélida oquedad?

Sólo uno.
Uno solo
es la sentencia firme
del patibulario.
Cavilo en la pesadez
de mi desvarío:

III.
¡De la espejeada fontana
sacrificar el reflejo
de sus ojos garzos,
sin intermisión salvo
por las delicadas ondulaciones
de su cabellera azabache,
mirífica alegoría
que mueve a un universo
donde solo existen dos!
¡Oh! ¿Cuántas noches
de insomnio al definirla
en la oscuridad de mi mente?

IV
¡Privarme de inhalar
la esencia hialina
de su nívea cabecera,
aroma que inunda constante
su tersa piel de Venus;
manantial inmarcesible
de estimulantes bálsamos
que sedan mi defendible
vorágine sin desenlace!

V
¡De sus trepidantes
profundidades inocentes
apenas exploradas,
inhibirme de libar
como los dioses,
el dulce néctar de
la exquisitez fecunda;
paladar que en las
frías noches
disciplina mis sentidos
y acaricia mi lujurioso despertar,
prendado días enteros
a su recuerdo!

VI
¡Renunciar los arrítmicos
estremecimientos de
su febril vientre,
unísonos al palpitar
de turgentes arterias,
a mi táctil piel íntegro adosado...
Entretanto grávido de gloria,
su cuerpo enervante
alcanza la lívida luz
de las conmovidas estrellas,
mediadoras devotas desde allá,
de un placer irreverente!

VII
¡O acaso,
nunca más escuchar
los trinos de la
querúbica sinfonía,
en vano inundando
mis otros sentidos
mientras en el interludio,
bajo el efluvio de las
moribundas notas
rebotando en los balcones,
se levanta muda
su voz espacial
exigiendo libidinosa
mi nombre!

¡Oh insoportable inmolación!
No...

Distante,
abrazo este prodigioso entorno
en mi angustia crepuscular.

VIII
¿Qué se esperaba de un
inestable melómano
revestido de sueños inmortales
que varita en mano,
creyéndose en el podio
de reflectores parabólicos rodeado,
vehemente oscila sus brazos,
sacude con furia la cabeza
y multiplica fuera de si
su difuso corazón al compás
de la vibrátil obertura,
para sentir en la polifonía
el latido de su vida?

r.c.