I
Esa misteriosa noche llovía torrencialmente; los
relámpagos iluminaban el desabrigado ambiente y proyectaban enigmáticas sombras
gigantescas a varios metros a la redonda. Luego una oscuridad total, sólo interrumpida
a intervalos por la luz azulada que despedían los cocuyos con su desordenado vuelo.
Los ensordecedores truenos retumbaban en todo el
cielo, y parecía que se alejaban y luego volvían con más fuerza, pero eso no
inmutaba al arriesgado campesino en su afán por saciar la curiosidad que lo
invadía. Sin duda alguna, ese singular escenario quedaría grabado para siempre
en su memoria.
Con el sombrero más pesado que de costumbre por el
agua y cuchillo en mano, se dirigía pausado hacia aquella rara cosa blanca que se
movía , y que parecía cobrar vida cada vez que un rayo iluminaba el potrero en
toda su extensión. No podía dejar de mirar a ambos lados; hacia atrás, al
frente, a ambos lados...
Por unos instantes revivieron en su mente algunas imágenes
de su infancia, cuando la familia se reunía al anochecer en torno al acogedor fogón
de la sencilla choza, para especular sobre todo tipo de leyendas campesinas, y con
ello terminar la faena cotidiana.
ii
Vivía en una casita rústica, enclavada en el monte;
allá, donde en horas de la mañana, a veces era imposible distinguir la
exuberante vegetación debido al espesor de la niebla; allá donde el tiempo
simplemente pasaba sin detenerse y no se disponía de lapso para lamentos; allá
donde el ocaso le indicaba a los trabajadores que el día había terminado y que ya
era hora de descansar; allá donde el fresco verdor del campo y la precoz oscuridad
de la tarde fría, invitaba a los agricultores a pasar muchas noches buenas.
Trabajaba en su acogedora finquita la cual cuidaba
con mucho ahínco, para la manutención de su adorada familia. Era el prototipo
del labriego bondadoso; bondadoso pero enérgico; fuerte como un roble de
sabana; tan dadivoso como la montaña fecunda que lo vio crecer. Ahí dejó una
parte de su gallardía; el resto debió guardarla; quizá tuvo premoniciones de lo
que le depararía la vida futura.
En ese paradisíaco lugar, parecía que los frondosos
árboles competían entre si para ofrendarle los mejores frutos al abnegado agricultor,
como retribución a las atenciones que él les brindaba.
Como un regalo de la naturaleza, en los días
húmedos las gotas de agua quedaban atrapadas sobre las tejas de barro cocido que
cubrían el techo de la humilde casa, formando miles de diminutos arco iris que
le daban al tejado, un alucinante aspecto iridiscente, visible a la distancia.
iii
En ciertas ocasiones cuando me alejo del bullicio
de la ciudad y percibo el lozano aroma de un potrero, me parece ver la silueta airosa
de aquel gran hombre por los senderos del recordado cafetal, conduciendo con soltura
sus arrogantes bueyes y la carreta colmada de leña para los menesteres
domésticos.
iv
Sin detenerse, aquella fría noche el corajudo
hombre se acercaba decidido cada vez más al inexplicable objeto blanco. “Necesito
saber qué es” decía para si.
Faltaban unos metros para despejar la incógnita, cuando
de pronto la extraña cosa hizo un brusco giro, levantó la cabeza, movió el gran
rabo y sus grandes ojos negros,
confundidos con la oscuridad reinante, los clavó en el rostro del sorprendido campesino.
Entonces el gigante maisol bayo, que tenía una gran mancha blanca en el costado
derecho, se levantó sobresaltado y se fue a escampar a otro lado. ¡Ah eras tú
condenado! ¡Qué susto me diste!...
Ya estaba satisfecho. “¡Ah, cuál segua! ¡Ah, cuál
llorona!”, y una sonrisa de satisfacción apareció en su mojado rostro. Otra vez
retornaron a su mente los recuerdos de aquel acogedor fogón.
Y después de una pausa, emprendió cabizbajo el
regreso a la vivienda.
De pronto se detuvo, alzó la mirada y observó la casita.
Su expresión cambió y el espíritu se le llenó de gozo, al escuchar las notas
musicales de una desafinada marimba, tocada por cuatro entusiastas chiquillos.
A la distancia, la campana de la Ermita marcó las
ocho de la noche...
vi
“Hijito: nunca te quedes con la duda. Sé valiente;
ve y averigua”, me dijo luego de relatarme esta insólita experiencia que le
sucedió años atrás en su apreciada finca.
Para Ti inolvidable Padre y
Maestro,
en el Día del Padre.r. c. 2013